Defender la anarquía no es defender la palabra.


Hablar del pensamiento libertario en un país con pocos referentes históricos fielmente anárquicos y limitada propagación actual de esta ideología, como es el caso de Colombia, es difícil no solo por los anacronismos y falta de contextualización, sino, por que la misma palabra recibe en el imaginario de los habitantes del territorio un significado distinto al que los militantes libertarios defendemos. Y es de esperar que no sea un caso excepcional por que si algo somos conscientes de el recorrido de la propaganda y la acción antiautoritaria es que desde el poder siempre se le ha querido cubrir con un manto negativo que provoca temor al nombrar a alguna persona o circunstancia anarquista. Pero lo que si es excepcional es que esta malinterpretación ha sido mas resultado de la copia directa que las elites nativas asimilaron del lenguaje de las foráneas, que de una respuesta local a un movimiento que haya puesto en tela de juicio la autoridad y dominio que se ha ejercido por siglos sobre las amplias masas de desposeídos y excluidos en el territorio en que vivimos.

Pero no solo allí radica la dificultad; el mismo movimiento revolucionario en nuestras tierras ha desarrollado unas propias formas, un lenguaje, unas prácticas autenticas que han moldeado lo que se entiende y vive como proceso emancipatorio en este territorio. Si bien esa misma tradición de la izquierda política, que ha sido la que hasta ahora ha liderado casi exclusivamente este proceso, carga en si misma varias contradicciones con nuestra ideología, también es cierto, y para nuestro objetivo supremamente importante, que ha marcado la cultura política y con ella el lenguaje que utilizamos para hablar de las posibilidades de cambio.

Bajo estos dos parámetros resulta de mayor atención discutir la necesidad de utilizar en la práctica palabras o estructuras de pensamiento que han nacido en otros momentos históricos y lugares geográficos que hablan de ese mismo sentimiento que reivindicamos aquí y ahora: la búsqueda de la autonomía individual y la libertad social. Allí es donde aparece la pregunta: ¿deben los anarquistas defender el llamarse militantes de la anarquía?, para lo cual por lo pronto aparecen dos respuestas: Si los círculos en los que se discute se tiene claro que al hablar de anarquismo se esta hablando de pensarse una sociedad antiautoritaria en el presente no habría por que dejar de nombrar a las cosas por el nombre que se les reconoce. Pero si por lo contrario, lo que sera el caso de la gran mayoría de espacios y personas con quienes nos interesa interactuar, nombrar ciertas palabras o ciertas formas de pensar resulta confuso y contraproducente es inminente buscar palabras precisas para que se nos entienda, así eso signifique ceder el placer de hablar con el lenguaje ácrata.

No por ello debemos ceder en la honestidad y sinceridad con que los militantes de esta idea debemos caracterizarnos. Dejar de hablar con las palabras preferidas por hacerlo con aquellas comprensibles no puede ser una evangelización escondida o una construcción metafórica confusa, al contrario, debe ser el compartir con nuestros interlocutores un cuerpo de ideas que tienen una coherencia propia y que expresan la intención de lucha y de construcción social que defendemos y que estamos dispuestos a llevar hasta las últimas consecuencias.

En este sentido, la habilidad de los militantes libertarios debe demostrarse en permitir ser entendidos, así como estar dispuestos a escuchar de los demás sus particulares formas de ver el mundo. En un mundo en el que la diversidad es una de nuestras primeras reivindicaciones, hacernos entender y escuchar es fundamental. Esto no podrá ser posible si no estamos dispuestos a retar nuestra retorica, bajando nuestro discurso y práctica al uso cotidiano, motor indispensable de nuestro proceso activo en la lucha social en la que estamos comprometidos.

Si me preguntan si soy anarquista no tengo problema en decir que si, pero si al responder para quien me escucha no es totalmente claro a lo que me refiero prefiero definitivamente retar mi capacidad discursiva y plantear de forma distinta pero con el mismo contenido lo que pretendo defender; al final si llegar a roma es el objetivo, todos los caminos ácratas conducen a la roma libertaria.

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