El propósito de este
escrito1
es identificar la pertinencia de la critica anarquista al derecho
autoritario (que es el que sustenta actualmente la legislación
estatal), desde una visión de lo que podríamos llamar un derecho
anarquista, es decir, aquel basado en la libertad, la autonomía y la
solidaridad. En un primer momento parecería contradictorio juntar en
la misma frase la palabra derecho y anarquismo, y cualquier abogado o
anarquista conservador tendería a denunciar a aquel que osara juntar
sea bien la máxima expresión del orden con su antítesis, o bien el
símbolo de la opresión con aquel de la libertad. Pues no hay nada
más justo que defender el discurso herético, aquel que no se
enquista en lugares comunes y en comodidades simples tanto para la
teoría como para la práctica.
Si al derecho lo
entendemos como el sistema normativo que escoge un grupo social para
gestionar sus relaciones colectivas, aquel que le permite buscar la
armonía social en el ejercicio colectivo, y al anarquismo
precisamente como una propuesta de gestión social basada en la
autonomía y la solidaridad (entre muchas otras cosas) tendríamos
que ser conscientes que la anarquía podría interpretarse como una
de las propuestas de normatividad que ha sido elaborada tanto en
teoría como en las relaciones sociales por la humanidad. Ya para
este momento me deben haber quitado la posibilidad de admisión a una
carrera de derecho, así como el ingreso a uno que otro concierto de
punk, pero teniendo en cuenta que ninguna de estas me trasnochan, me
quedo recordando mejor una de las frases del anarquista colombiano
Alfredo Gomez Muller: No hay que confundir la anarquía con anomia,
Es decir, no es un sinónimo de eliminación de la normatividad (como
si tal cosa fuera posible) sino de construcción de una distinta, que
parte de una postura antiautoritaria.
De hecho, tampoco puede
confundirse el derecho con el estatismo, es decir, no puede reducirse
el principio de normatividad a una forma de organización política y
jurídica como lo es el Estado moderno, ya que esto desconocería la
historicidad propia de éste, y al mismo tiempo caería en discursos
del tipo fin de la historia que tanto académica como
intelectualmente resultan mediocres. El derecho ha existido mucho
antes que las leyes escritas, y durará mucho después que se dejen
de escribir. Su razón de ser es la existencia de sociedades humanas
que regulan su vida cotidiana, y esta regulación no ha sido siempre
basada en la existencia de un órgano burocrático centralista y
autoritario, y por más normalizado que tengamos al Estado éste solo
es propio de un momento concreto, y su existencia depende de procesos
históricos en el que todxs estamos involucrados, por lo tanto pensar
en la superación del Estado por formas menos autoritarias no resulta
irreal sino urgente. El cambio de las estructuras sociales (y por
ello las jurídicas) es inevitable, y eso nos lo ha enseñado el
neoliberalismo en las últimas décadas, la pregunta es hacia donde
queremos que se dirija ese cambio.
Algo que hay que resaltar
en esta misma linea es que no todas las normas y por lo tanto no todo
el derecho en nuestra sociedad atraviesa la legislación estatal, o
el intento de control minucioso que intenta hacer éste de nuestras
vidas. Constantemente en nuestra familia, en el barrio, en la
universidad y en los distintos lugares que transcurre nuestra vida se
establecen normas que buscan garantizar la armonía, y aun estamos en
un momento en que la espectacularidad de la norma escrita no le gana
al trato cotidiano; En la vida del día a día estamos negociando y
renegociando comportamientos, de tal forma que podamos mantener
nuestra participación en los colectivos a los que pertenecemos.
Evidentemente el poder de la coherción y del convencimiento hace que
la ley escrita y los designios estatales medien muchas de nuestras
relaciones, pero nunca llegan al punto de colonizar completamente los
espacios de encuentro social, afortunadamente.
En este sentido, el
anarquismo es tanto una crítica al derecho liberal que sustenta el
actual sistema basado en la organización estatal y en la economía
de explotación capitalista, como una propuesta de sociedad basada en
el apoyo mutuo, la autogestión el federalismo y las relaciones
horizontales en general. En la medida que el anarquismo es una
propuesta antagónica a la actual organización social, los y las
anarquistas buscamos no solo criticar los postulados autoritarios
sino además ir construyendo en nuestra vida cotidiana ese mundo
nuevo que llevamos en nuestros corazones (Como lo diría en su
momento Buenaventura Durruti) y por eso para nosotrxs más que ser
únicamente una filosofía religiosa el anarquismo es una estrategia
de transformación cotidiana en el plano personal y en el social.
¿Pero
por
que
no
aceptar
el
Estado
desde
una
perspectiva
normativa?
Para
responder
esta
pregunta
tendrían
que
ponerse
en
evidencia
la
falsedad
que
sustenta
el
Estado
como
un
acuerdo
al
que
hemos
llegado
como
sociedad
como
forma
de
gestionar
nuestros
asuntos
colectivos.
Cualquiera
que
reconozca
la
historia
de
la
formación
de
cualquier
Estado,
podrá
identificar
en
ella
que
más
que
ser
un
acuerdo
colectivo
éste
termina
siendo
un
aparato
burocrático
impuesto
por
la
violencia.
Hasta
acá
no
habría
que
existir
ningún
desacuerdo,
ya
que
la
historia
tradicional
plantea
el
nacimiento
del
estado
como
una
liberación
violenta (sea por independencias o por derrocamiento) de
las
formas
monárquicas
que
le
precedían.
El
símbolo
paradigmático
de
la
formación
del
Estado
Moderno,
que
es
la
revolución
francesa,
nace
de
la
violencia
desatada
por
el
hambre
en
las
calles
de
Paris,
que
llevó
al
asalto
no
solo
de
la
Bastilla
sino
al
desmantelamiento
progresivo
de
la
monarquía.
Mientras
el
pueblo
presionaba
por
un
cambio
estructural,
las
clases
privilegiadas,
tanto
de
los
antiguos
terratenientes
como
de
la
burguesía
ascendiente,
lograron
hacerse
con
el
monopolio
de
las
fuerzas
organizadas
existentes
y
con
ellas
garantizaron
la
instauración
de
un
nuevo
orden
social
basado
en
el
respeto
indiscutible
a
la
propiedad
privada
y
dirigido
por
una
burocracia
legitimada
en
la
ley
escrita
y
racional.
Si
vemos
el
caso
de
Colombia
algo
parecido
sucedió,
y
es
que
en
la
mitad
de
la
batalla
militar
por
la
independencia
se
va
configurando
la
república
de
la
mano
de
los
terratenientes
y
comerciantes,
quienes
tras
acabado
el
conflicto
contra
España
tomaran
el
control
de
la
producción
y
ejecución
de
la
ley
a
partir
de
la
defensa
de
sus
intereses
económicos
particulares,
siendo
el
Estado
en
esa
época
algo
más
que
un
apéndice
de
los
intereses
de
caudillos
y
camarillas
privadas.
Si
de
ahí
en
adelante
se
ganaron
cosas
para
la
gente
fue
a
partir
de
la
lucha
que
hicieron
las
personas
por
arrancarle
un
poco
de
lo
que
el
Estado
había
legitimado
se
les
privara.
Con
el
nacimiento
del
Estado
moderno
entonces
aparecieron
dos
mitos:
el
primero,
que
había
sido
un
acuerdo
común
en
el
que
los
ciudadanos
daban
su
soberanía
personal
a
un
ente
que
le
garantizaría
el
bienestar
y
la
seguridad;
y
que
su
funcionamiento
era
para
beneficiar
a
la
sociedad
como
un
ente
homogéneo.
Ni
los
ciudadanos
acordaron
algo,
ni
eran
ellos
un
ente
homogéneo.
Cuando
el
Estado
nació,
estuvo
claro
a
quieres
iba
a
beneficiar
y
que
haría
con
aquellos
que
no
lo
aceptaran:
allí
fue
cuando
se
consolidó
también
el
sistema
penal,
como
ese
mecanismo
para
prevenir
la
insubordinación
y
promover
el
obedecimiento.
Varias
creencias
peligrosas
aparecieron
también
con
el
Estado:
la
primera
que
el
territorio
no
se
organizaba
a
partir
de
las
experiencias
de
las
personas
que
los
vivían
sino
por
el
control
que
el
Estado
tuviera
sobre
el,
y
la
segunda
que
dentro
de
esas
fronteras
las
leyes
tenían
que
ser
generales
y
universales,
es
decir,
la
idea
que
todxs
tenemos
que
estar
de
acuerdo
en
todo
y
todo
el
tiempo.
Con
la
primera
se
garantizó
un
escenario
protegido
para
la
acumulación
del
capital
por
parte
de
las
élites
de
cada
uno
de
los
países,
y
con
el
segundo
la
idea
de
que
había
una
voluntad
general
que
debía
ser
promulgada.
Por
la
primera
se
mantuvieron
los
ejércitos
con
el
objetivo
de
garantizar
la
soberanía
e
independencia
(como
si
ya
para
ese
momento
las
potencias
no
hubieran
descubierto
formas
más
sutiles
de
dominación)
,
y
con
la
segunda
se
fue
cuajando
la
idea
de
que
para
identificar
la
voluntad
de
este
supuesto
acuerdo
colectivo
deberían
aparecer
los
parlamentos.
Curioso
que
generales
y
congresistas
que
hacían
y
defendían
las
leyes
fueran
los
hijos
de
quienes
ya
habían
sido
privilegiados
en el nacimiento del
Estado.
Podrían
seguirse
escribiendo
muchas
críticas,
pero
es
interesante
presentar lo que
piensa
a
propósito
de
lo
visto
la
propuesta
anarquista.
Uno
de
las
grandes
apuestas
es
volver
a
lo
local,
y
volver
a
empezar
de
allí.
No
queremos
perdernos
en
el
mar
de
la
ciudadanía
nacional etérea
que
habla
de
principios
y
manifiestos
generales,
ni
de
cartas
de
derechos
que
en
la
misma
bolsa
meten
cosas
que
no
sirven
ni
convienen
a
todos.
No
es
la
democracia
vacía,
que
parte
de
la
representatividad
del
número
que
legitima
la
elección
constante
de
los
mismos
haciendo
el
mismo
tipo
de
leyes,
sino
es
la
apuesta
de
la
participación
de
todxs
a
partir
de
la
acción
directa
cotidiana
en
donde
los
acuerdos
nacen
desde
la
espontaneidad,
o
si
es
necesario
del
debate
paciente.
Como
la
apuesta
no
es
estar
de
acuerdo
en
todo,
es
fundamental
reivindicar
la
diferencia
creadora,
la
diversidad
que
multiplica
más
que
homogeneiza.
El
principio
de
la
armonía
social
no
es
uno
estático
ni
completo.
La
armonía
parte
del
hecho
de
reivindicar
mi
libertad
a
ser
en
la
medida
que
el
otro
también
lo
es,
y
aunque
esta
abstracción
resulte
intranquilizadora,
nuestra
vida
cotidiana
nos
demuestra
que
tal
riesgo
no
existe.
Cuando
en
nuestro
día
a
día
no
estamos
de
acuerdo
con
alguien,
no
hace
falta
que
nos
desgastemos
con
esa
persona
para
convencerla
o
dejarnos
convencer.
Si
vamos
a
escuchar
música
en
un
espacio
compartido
hay
momentos
que
compartimos
los
tiempos
de
programarla,
otros
en
que
podemos
poner
lo
que
nos
gusta
y
también
habrá
en
los
que
escuchemos
lo
que
no
nos
gusta.
Si
nos
llegase
a
molestar
es
tan
simple
que
nos
levantaríamos
del
lugar
y
nos
iríamos.
Muy
seguramente
esto
no
nos
hará
perder
a
nuestros
amigos,
sino
tener
que
encontrar
otras cosas
que
socializar
en
las
que
nos
sintamos
menos
incómodos
o
hasta
complacidos.
Algunx
preguntará:
y
¿si
son
cosas
realmente
importantes,
más
que
escuchar
música?.
Pues
es
muy
simple,
cuando
algo
es
realmente
importante
y
no
puede
ser
solucionado
entre
las
partes
esto
tenderá
a
ser
algo
importante
para
la
comunidad
en
la
que
se
vive,
y
tiene
que
ser
la
comunidad
la
que
se
encargue
de
diseñar
las
estrategias
para
discutirlo
y
para
solucionarlo
de
tal
forma
que
sea
viable
para
todxs.
Pero
cuidado,
no
nos
referimos
a
la
comunidad
imaginada
irreal
que
se
plantea
desde
la
idea
de
la
nación,
esa
es
tan
solo
un
intento
autoritario
de
idealización
homogénea
de
distintos
grupos
que
no
comparten
más
que
el
control
de
un
territorio
por
un
mismo
Estado.
Nos
referimos
a
las
comunidades
reales,
las
cercanas,
las
ejercidas,
las
visibles
en
el
dia
a
día,
a
las
que
realmente
pertenecemos
en
nuestra
práctica
de
vida.
No es que no nos interesen las otras comunidades del mismo
territorio, solo que la mayoría de problemas a solucionar se
refieren casi siempre a nuestra comunidad más local. Esta
responsabilidad
colectiva
es
la
que
nos
ha
quitado
el
Estado
al
hablar
de
la
generación
y
aplicación
de
la
normas,
cambiando
la
participación
directa
por
una
tan
indirecta
donde el
sentido
se
pierde
en
el
camino.
Pero
claro,
aun
se
preguntara,
¿y
si
lo
que
nos
incumbe
también
lo
es
para
otras
comunidades?
Pues
es
muy
simple,
ya
que
no
es
más
sino
replicar
el
modelo
que
en
lo
local
hemos
elaborado.
Si
hace
falta
coordinarse
con
otrxs,
es
a
partir
de
reconocerlo
como
igual
dentro
de
la
diversidad,
sin
intención
de
obligarle
a
hacer
lo
que
quiero
o
subordinarme
a
sus
deseos.
Para
que
tales
objetivos
sean
cometidos,
es
necesario
que
se
creen
formas
coherentes
con
ese
ideal,
y
el
anarquismo
propone
que
así
como
el
asemblearismo
y
la
acción
directa
funcionan
para
lo
local,
la
comunicación
sin
intermediación
y
el
federalismo
funcionaran
para
lo
regional.
Si
bien
el
patrioterismo
nos
ha
hecho
creer
que
siempre
debemos tener
imaginarios
colectivos
idénticos,
lo
que
plantea
el
anarquismo
es
que
lo
que
nos
hace
humanos
es
precisamente
la
diversidad
de
ideas
y
apuestas
que
tenemos,
y
es
por
ello
que
la
construcción
de
un
régimen
armónico
social
debe
atravesar
por
la
paciencia
de
tratar
de
llegar
a
acuerdos
colectivos,
y
la
suficiente
tolerancia
para
aceptar
que
no
en
todo
tendremos
que
estar
de
acuerdo.
Tener
disensos
no
es
un
problema,
creer
que
tenemos
que
ser
iguales
si
que
lo
es.
Aun
así,
todos
los
sistemas
sociales
tienen
que
lidiar
con
personas
que
quieran
aprovecharse
de
los
demás
sin
consultar,
que
no
estén
dispuestas
a
escuchar
lo
que
su
comunidad
construye,
o
que
simplemente
por
un
desorden
físico
o
psicológico
afecten
a
los
que
tienen
al
rededor.
La
sociedad
contemporánea
los
intenta
controlar
por
medio
del
sistema
penal
basado
en
la
cultura
del
castigo.
Una
perspectiva
anarquista
tiene
que
superar
la
noción
de
castigo
y
adentrarse
en
la
de
prevención
y
autodefensa
(entre
otras).
En
cuanto
a
la
primera,
está
completamente
claro
que
la
mayoría
de
los
crímenes
que
se
cometen
en
la
actualidad
son
resultado
de
las
relaciones
inequitativas
(sean
económicas,
políticas,
de
género)
y
otras
más
son
posibles
por
que
el
tejido
de
las
comunidades
está
tan
resquebrajado
que
es
fácil
que
se
nos
vulnere.
Acabemos
con
las
primeras
y
recuperemos
el
segundo
y
tendremos
una
buena
parte
del
camino
andado.
Aprendamos
de
nuevo
a
cuidarnos
entre
nosotrxs,
y
acabemos
con
la
tolerancia
a
la
discriminación
de
género,
supuesta
raza
o
superioridades
de
cualquier
tipo
y
generaremos
una
cultura
de
la
prevención
al
delito.
Aun
así.
La
sociedad
tiene
que
estar
dispuesta
también
a
defenderse
en
los
momentos
en
que
le
ataquen,
y
debe
tener
la
capacidad
tanto
individual
como
colectiva
de
hacerlo;
claro
está,
ésta
es
una
de
las
prácticas
que
con
más
cuidado
y
atención
debe
ejercerse,
por
que
la
frontera
entre
la
autodefensa
y
la
agresión
es
tan
minúscula
que
muchas
veces
tiende
a
perderse.
Si
el
objetivo
de
los
anarquistas
es
acabar
con
la
dominación,
esta
frontera
debe
hacerse
consciente
y
no
permitirse
que
una
agresión
se
convierta
en
un
nuevo
dominio
de
facto.
Por
eso
es
que
no
hay
una
acusación
más
mentirosa
para
el
anarquismo
que
ser
terrorista,
cuando
lo
que
combate
precisamente
es
eso.
La esencia del Estado es el terrorismo, es decir, utilizar la
violencia pública y mediáticamente con el fin de infundir constante
miedo en la gente para que por dolor de las heridas o por miedo a las
represalias se comporten de una forma de la que sin tal terror no lo
harían. Sin el terrorismo el Estado no es más que un burocracia sin
dominio, un perro mueco que puede que ladre pero que cuando muerda no
hiere. Con el terror, no solo tiene dientes, sino que están afilados
finamente para producir las heridas más sádicas. Y precisamente una
de las heridas constantes de ese can del poder es el sistema punitivo
y la cultura del castigo en la que se funda. Precisamente en eso es
donde converge el movimiento anarquista y el movimiento
abolicionista2,
en la necesidad de abolir radicalmente la cultura del castigo, y solo
será posible con la transformación radical de las estructuras
económicas, políticas y culturales que lo
sustentan.
No es apelar a otros
castigos (y con ello son tan reprochables los métodos occidentales
como lo pueden ser los castigos ancestrales de comunidades indígenas
con los látigos o de sectores populares con el linchamiento). El fin
último del anarquismo, como se pueden sobreentender también en las
propuestas abolicionistas más radicales, es el pacifismo como rector
social, basado en la búsqueda constante del consenso pero con el
reconocimiento fundamental del disenso, es decir, sociedades en donde
la conciliación y la aceptación de la diferencia primen sobre el
totalitarismo y el castigo. El anarquismo puede alimentar al
abolicionismo y viceversa, el primero dando un contexto social que
debe superarse para poder abolir la cultura de la pena, y el segundo
dando una noción de realismo al ideal de desaparición del Estado,
planteando la pregunta como sería un derecho sin pena, sin castigo y
sin Estado. Esta respuesta no la debemos dar simplemente a nivel
teórico, sino en la cotidianidad elaborando formas de justicia y
comportamiento adecuadas a la libertad individual y colectiva.
El centro del debate no
es si la cultura del castigo cumple el cometido para lo que
supuestamente está diseñada, sino si la sociedad debe basar la
armonía social mediante el castigo, o en cambio cimentar un real
contrato social en el apoyo mutuo, la solidaridad y la autonomía. No
es si el preso se reeduca, sino por que se comete el crimen, por que
hace falta que las personas distorsionen la armonía social
cometiendo actos en contra de sus semejantes. En el actual sistema de
cosas se asume que quien cumple el delito es una persona que con una
racionalidad maligna no respeta los acuerdos sociales (como si las
leyes realmente fueran acuerdos), cuando lo que se puede observar
desde un análisis sociológico y económico es que muchas veces el
delito responde más a la desigualdad social sea esta basada en el
monopolio de la propiedad, en las estructuras patriarcales o en el
consumismo. Si el problema no es el individuo, sino las relaciones
sociales en el que este vive, habría que estar dispuesto a buscar
una transformación de esas relaciones sociales y no caer en la
inocencia de creer que lo que hay que hacer es cambiar al individuo
foco, al síntoma y no a la enfermedad. Ahí es donde se ve la gran
diferencia entre el análisis del liberalismo capitalista y el
anarquismo comunista. En el primero se asume al individuo como un
ente aislado que al procurar su mayor beneficio en momentos comete
actos irregulares, y por lo tanto es al individuo al que se debe
corregir, mientras que en la segunda se asume a la sociedad como un
espacio de desigualdad en el que el delito se comete como resultado
de la iniquidad, ya sea como víctima (el que no tiene que comer
roba) o como perpetuador (una sociedad tolerante a las relaciones
patriarcales promueve hombres adultos agresores de mujeres y niños).
Por lo tanto, un derecho
anarquista además de revolucionario en cuanto a sus deseos de
cambiar la actual estructura social inequitativa, es una propuesta de
tratar de forma distinta al criminal y al delito. Evidentemente no lo
niega ni lo desvalora. Lo identifica como un problema que debe ser
atacado desde la ética libertaria, es decir aquella que promueve la
autonomía, la solidaridad y las relaciones antiautoritarias. No se
plantea como una cuestión de penas alternativas, o de cárceles
dignas, sino la búsqueda de la eliminación del sistema punitivo, y
la cultura del castigo que lo engendra. Es la apuesta por una cultura
de la prevención, la autodefensa y la comunidad como estrategias
para enfrentar los males sociales. Para finalizar, quiero afirmar que
igual muchas de las alteraciones que sufre la humanidad, algunas de
ellas catalogadas como delitos son parte de lo que significa ser
humanidad, y que así como los desastres naturales o las epidemias
son inevitables y tenemos que acostumbrarnos a ellas de tal forma que
nos afecten lo mínimo. Con algunas rupturas de la armonía social
tenemos que aprender a vivir, no tolerando que sucedan sino aceptando
buena parte de su inevitabilidad y apoyando colectivamente a las
víctimas (un buen ejemplo son los violadores, podemos controlar la
acción de los violadores conocidos, pero será imposible descubrir
antes del acto a los nuevos). Por más polémico que suene esto, es
mejor el realismo que el idealismo cuando pensamos la acción social.
Una sociedad anarquista
no es una sociedad sin delito, pero si una en la que será más
sobrellevable el enfrentarlo ya que se hará colectivamente buscando
la reconciliación y no la culpabilidad. El anarquismo no plantea un
futuro paradisiaco, sino uno en el que las preocupaciones sean
distintas a las de estar pensando en como ganarse el pan o hacerse
escuchar en la sociedad. Por eso, una sociedad anarquista es el ideal
de aquellos que creemos que como comunidad nos merecemos una sociedad
cualitativamente más libre, en donde el derecho responda a la
libertad del individuo en sociedad, esa es entonces la base del
Derecho Anarquista.
Notas.
Notas.
1Originalmente éste
escrito
estaba
pensado
para
ser
la
base
de
la
conferencia
“Una
mirada
anarquista
del
Derecho”dictada
en
la
Universidad
de
Antioquia
el
14
de
Julio
por
invitación
del
semillero
abolicionista
“contra
el
castigo”.
Cómo
la
misma
era
de
tipo
divulgativo,
la
reflexión
principal
se
hizo
tras
una
exposición
de
la
evolución
de
las
ideas
y
prácticas
anarquistas
desde
su
nacimiento
hasta
la
revolución
española,
y
también
se
hacía
una
síntesis
de
lo
que
es
el
abolicionismo.
Ninguna
de
estas
dos
partes
se
reproducen
aquí.
2Para
más información sobre el abolicionismo vease: Lecumberry Paz y
Restrepo Diana; Con Hulsman, Para avanzar un poco más. El
Abolicionismo de la Cultura del Castigo a partir de la obra de
Vincenzo Guagliardo; próxima publicación. Algunas de las ideas allí defendidas pueden verse en: http://vargarquista.blogspot.com/2012/06/blog-post.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario