¿Por Qué un Centro Social?

Somos hijos del cansancio, la desesperación y la agonía. Nuestro camino cambio el día que dejamos el televisor, que aun prendido, perdió nuestra atención. El deseo hizo que buscáramos confianzas, que nos encontráramos con otros que amaran la intranquilidad de preguntarse, y que camináramos sin rumbo fijo, saliendo del camino que nos habían mostrado nuestros padres, nuestros maestros... nuestros gobernantes. En esa trocha el cansancio lo volvimos inspiración, la desesperación sueños, la agonía vitalidad, convicción de que si somos los dueños de nuestros destinos no hay muerte que nos venza. Cabalgamos con las ideas que nos iban gustando, bebimos de las ideas que nos abrían más sed de conocer, y en esa carrera aprendimos que no solo era suficiente decir o escuchar, que era el momento de crear. No vendimos el televisor, lo conectamos a un nuevo canal, en el que podíamos escoger lo que queríamos ver, en el que no dependíamos de la historia de los libretistas: ese día nos decidimos por la realidad. Pero no la que nos ahogaba en el sinsentido, sino la que nos llenaba de fuerzas para soñar en un mundo nuevo no futuro, en un mundo nuevo aquí y ahora. El placer de sentirnos actores de nuestra obra magna, el saber que no estamos solos, la certeza de cuan justos son nuestros ideales, fueron los que nos convencimos de seguir abriendo caminos, y en esa carrera por la libertad nos dimos cuenta de cuan necesario es tener lugares propios, espacios nuestros, geografías que nos permitan hacer más grande esta idea-acto y que alberguen las salas de maternidad de una nueva humanidad.

Esta poesía la queremos convertir en un espacio con paredes, y queremos hacer de esta intención una excusa para seguir encontrándonos con los conocidos, y atrevernos a reconocer a los que hasta ahora no hemos visto. A eso le llamamos un centro social: Un punto de encuentro, de conspiración, de creación, de confrontación, de libertad y de lucha social. Los que iniciamos esta provocación nos venimos encontrando hace algunos años, incluso en experiencias parecidas. Pero nos sentimos faltos de escenarios propios, y hemos notado que no solo es un problema de quienes queremos pensar-hacer, sino en general de la mayoría de los que vivimos en sitios donde para estar es necesario pedir permiso. Y nosotros no queremos pedir más permiso, queremos hacer siguiendo nuestras intuiciones. Por eso pensamos que es mejor auto-financiar los espacios que estar buscando migajas de los poderosos o caridad de la cooperación institucional internacional. Queremos atrevernos a inventar formas de conseguir los recursos necesarios para mantener un lugar en el que encontrarnos.

Sabemos que gestionar un lugar no solo es pagar por él, sino ponerse de acuerdo con quienes quieran participar y creemos que la mejor forma de hacerlo es mediante las asambleas. Colocamos nuestra confianza en esta forma de construir decisiones porque creemos son metodologías directas de participación. En ellas, como en la práctica del día a día, anhelamos hacer realidad el ideal máximo de la igualdad y la libertad, permitiéndonos participar desde el sentirnos en las mismas posibilidades que los otros y con todas las ganas de explotar nuestras propias capacidades al máximo.

Las paredes no se cuidan solas, así que queremos ser sus guardianes como ellas lo serán de nuestras ideas. Por ello creemos que todos los que nos involucremos debemos participar directamente en las tareas para recolectar lo necesario para el funcionamiento del lugar (dinero, materiales, ideas) y su mantenimiento con la armonía necesaria para sentirnos felices en él (aseo, lúdica, decoración, mantenimiento). Los cuerpos y las mentes no se mantienen solos, así que también queremos hacer de ese, nuestro espacio, una cocina de ideas, conocimientos, oficios y sueños que nos permitan tener a la mano siempre las ideas y prácticas más útiles para sentirnos libres y solidarios.

Por ahora somos pocos, pero grandes en esperanza. De esta idea hacemos parte dos colectivos e individualidades. De los colectivos podemos decir que uno de ellos quiere participar en un centro social para difundir el pensamiento y la organización libertaria. El otro promueve la reflexión activa frente al consumo y quiere tener un espacio para poder seguir practicando un consumo solidario y consciente. En cuanto a las individualidades sueñan lo mismo que los otros, tener un espacio para hacer actividades que les permitan sentirse vivos, no con sangre sino con alegría en sus venas.

Tanto unos como otros queremos un lugar para leer, para organizar charlas, para compartir películas, para aprender y enseñar conocimientos y oficios, para compartir cafés y comidas cocinadas por todos, para tener donde encontrarnos, para hacer reuniones donde realizar nuestras campañas y mantener nuestras jornadas de reflexión. Sabemos que teniendo un lugar así funcionando podremos darle más vida cultural, política, social, económica a la ciudad, pero no por ello queremos creer que vamos a ser el centro o la cabeza de esa actividad cotidiana, no nos interesa que nos reconozcan por liderar o dirigir nada, solo que nos reconozcan por compartir y retar a la imaginación. Con esa conciencia es que queremos encontrarnos, formándonos-organizándonos desde lo individual hacia lo social. Hacernos un proyecto de sociedad posible, que remplace muy pronto este malestar que nos rodea a todos.

En Bogotá existen propuestas similares, por lo que nuestra iniciativa no constituye una excepcionalidad ni es absolutamente original. Pero no es el nombre o la idea (ambas cosas propias de una cultura eurocéntrica) sino el contenido del Centro Social lo que rescatamos como propio. Una relectura del término centro social y su contextualización a nuestra realidad, debe llevarnos a pensar en el doble ejercicio de concentrar la diversidad y a la vez, proyectarse hacia la sociedad a través de un aporte a la transformación de este espacio urbano que habitamos todos. Son dos ejercicios necesarios: reunir y difundir, encontrar y proponer hacia afuera desde esa sinceridad por medio de la cual reconocemos la complejidad del conflicto social que vivimos, pero también desde la esperanza que descansa en la posibilidad de contribuir a un cambio radical de la sociedad. Cambio que no es una opción entre muchas o la decisión de un grupo de jóvenes clase media privilegiados, cambio que es una urgencia para millones de habitantes de este país y de esta ciudad. Por ello no queremos un centro para nosotros solos y nuestros caprichos, queremos un centro para todos, en él queremos intentar disponer lo que requiera aquel que transforma su realidad hacia un mundo otro.

Siempre sería útil justificar con más detalle la necesidad de una iniciativa así en la ciudad. No vamos a acopiar acá un listado de problemáticas urbanas, sociales, políticas, económicas o culturales como si en realidad la vida de la gente pudiese fragmentarse de ese modo, o como si fuésemos conocedores de realidades que apenas vivimos marginalmente. Será en el encuentro y en la práctica de donde surja esa lectura, atendiendo siempre a la particularidad y la generalidad, a lo urgente y lo necesario. No queremos pre interpretar a nadie, ni caer en las trampas de aquellas fronteras ideológicas que ni siquiera tomamos en serio, o sometemos al debate. Deseamos encontrarnos con quien podamos, afectar y dejarnos afectar por otras ideas y acciones, probarnos en el combate del hacer y de la palabra, de la creatividad y la lucha. Se pueden crear miles de centros sociales para encerrarnos y protegernos de la realidad, o de la crítica, la discusión y la acción, pero eso no es lo que viven esos millones bombardeados a diario por ideologías dominantes por quienes urge una transformación y a nombre de quienes hablamos a veces, osadamente. El mundo real no es sólo el tropel o la marcha, la comida orgánica o el ambientalismo, el mundo real es la crudeza, la confusión, el dogmatismo, la ignorancia o la arrogancia de millones de seres humanos luchando para sobrevivir al capital y al Estado. A ello tendría que hacer honor lo “social” de un Centro como el que proponemos.

Como lo notan no queremos estar solos en este sueño, y si a ustedes les llega está invitación es porque creemos que podemos compartir muchas de las intenciones que tenemos. Ahora queremos saber si ustedes quieren, como nosotros, abrir un nuevo lugar físico para la esperanza. Sabemos que si ustedes y nosotros nos juntamos no necesitamos de nadie que nos autorice ni que nos patrocine. Por esto es que estamos convencidos que no queremos en nuestros espacios a partidos políticos, entidades gubernamentales ni nada que huela al estado o a iglesia. No quiere decir esto que nos negamos a encontrarnos con personas que crean y apoyen a alguna de estas expresiones, solo quiere decir que no queremos promover en nuestros lugares formas de organización social que creamos contrarias a la libertad. Todos somos bienvenidos con nuestras ideas así sean contradictorias, pero queremos hacer de este parto de imaginaciones una oportunidad para crear formas no autoritarias de vivir.

La invitación quiere convertirse en una provocación a conocernos en la práctica.

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