Y la compra del alimento ha sido la excusa para discutir lo que comemos. Hemos llegado acá tras compartir la misma necesidad de una canasta familiar que no para de subir en precio, y que además, contiene alimentos que cada vez resultan menos saludables para nuestro cuerpo, nuestra sociedad y nuestro medio ambiente. Nos hemos sentidos iguales por la carencia de liquidez al llenar nuestras barrigas, pero también de la angustia de estar intoxicándolas con químicos, productos importados que nos imponen, sin preguntar, variar nuestras costumbres e historia alimenticia, y relaciones de intercambio que no nos favorecen a nosotros y mucho menos a quienes producen.
Este cuestionarnos por lo que comemos nos ha llevado inevitablemente a apreciar formas más saludables, sostenibles y autónomas de consumir, pero al mismo tiempo nos ha permitido indagar las diferentes variables políticas, económicas, sociales y culturales que afectan nuestro consumo. Y en este ir haciendo mercado nos comprometimos a ir empapando la palabra mientras llenamos nuestras neveras. Pero hace falta dar pasos en la explicación clara de lo que hacemos y porque lo hacemos.
El colectivo de consumo nace de la posibilidad de aprovechar el apoyo mutuo y la colaboración como estrategias efectivas de abaratar los precios de los alimentos al comprarlos en grandes cantidades y, en la medida de lo posible, superar la fila de intermediarios que se encuentran entre el productor y nosotros. Una de las expectativas a largo plazo es poder relacionarnos directamente de forma solidaria con los productores encontrándonos en dinámicas solidarias de intercambio y de mutua ayuda, porque nos sabemos iguales en esencia, a pesar de la diferencia propia de la división social del trabajo.
Pero el colectivo no es sólo una excusa para abaratar los precios; también es un intento por mejorar la calidad de la comida que comemos. Nos trazamos como otro de nuestros objetivos avanzar en recuperar los alimentos saludables para nuestro consumo. De acuerdo a esto le apostamos ir paulatinamente recuperando el consumo de alimentos sanos, identificando diferentes productores que cultiven de forma orgánica con los que podamos abastecernos.
Así mismo el colectivo de consumo se plantea como una abierta ruptura ética contra los imperativos que se nos impone en el actual Orden de cosas. Queremos aprovechar la experiencia del consumo y apoyar a pequeños productores para volver a conocer a quien nos da la posibilidad del alimento, queremos aprovechar la solidaridad como una práctica en la que el dar no requiera de devolver, queremos aprovechar nuestra acción directa para evitar que todas nuestras acciones públicas tengan que pasar por el autoritarismo del estado.
Sabemos que como seres sociales participamos en una serie de intercambios que hacen posible que nuestras comodidades aumenten y con ellas nuestra calidad de vida. Pero también somos consientes que en sociedades como la nuestra esas comodidades son restringidas de forma creciente para la gran mayoría de la población, sector al que pertenecemos. Es inevitable recordar que esas restricciones están amparadas por la riqueza y acumulación de unos pocos protegidos por las leyes y la acción estatal. Frente a esa clase y ese aparato político hemos decidido rebelarnos y evitar su explotación y autoridad, construyendo formas directas de relacionarnos volviendo a partir del reconocimiento del otro que también actúa, desde la constitución de relaciones donde la horizontalidad se presente como el principio de acción antes que el ejercicio egoísta de la dominación.
Esa es la realidad de nuestra asociación, es la apuesta a construir otro mundo distinto no mañana sino aquí y ahora, dejando las promesas de cambio futuro a los pacientes, mientras nosotros hacemos lo que podemos por el presente.
Desde la puerta del conseguir el alimento nos reunimos para poder volver a la cocina nuevamente, conspirando juntos, buscando comer con nuestras alegrías y tristezas, pero ante todo, sabiendo que tras el postre siempre tendremos intacta nuestra dignidad.
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